Si uno entra hoy en un gimnasio de escalada moderno, la experiencia estética es impecable. Paredes inmaculadas, volúmenes geométricos que parecen esculturas contemporáneas y presas agrupadas por colores que trazan líneas claras y distintas en el caos vertical. Hemos recorrido un largo camino desde los sucuchos polvorientos de los años 90, donde miles de trozos de cinta adhesiva marcaban rutas superpuestas en un caos visual indescifrable. Sin embargo, en esta transición hacia la limpieza visual y la comercialización del deporte, corremos el riesgo de haber perdido algo fundamental. Al higienizar el entorno, hemos higienizado también la cognición. Hemos pasado de resolver problemas a seguir instrucciones.

Este fenómeno, que podríamos denominar “La Dictadura de la Cinta” (o del color, en su versión moderna), representa una crisis silenciosa en el aprendizaje motor de la escalada. La premisa del route setting comercial actual es, a menudo, la prescripción absoluta: el equipador diseña una secuencia de movimientos específica (una coreografía cerrada) y el éxito del escalador se mide por su capacidad para replicar exactamente ese guion. Si encontrás una solución alternativa, si te saltas una presa o si usas un pie intermedio que “no estaba pensado”, a menudo se considera que has hecho trampa o que has “robado” el bloque. Pero desde la perspectiva de la Dinámica Ecológica y la teoría de los Sistemas Complejos, “romper la beta” no es un error; es la manifestación más pura de la inteligencia motriz.

Para entender por qué el exceso de guionización es problemático, debemos volver al concepto de affordances (oportunidades de acción) propuesto por el psicólogo James Gibson. En la roca natural, el entorno es neutral. La roca no quiere que la subas de una manera específica; simplemente ofrece una infinidad de micro-oportunidades, una rugosidad aquí, una fisura allá, que el escalador debe percibir y seleccionar en función de sus propias características antropométricas y capacidades. La roca es un problema abierto. El rocódromo comercial moderno, por el contrario, es cada vez más un problema cerrado.

Cuando un equipador (route setter) coloca presas gigantes y bloquea todas las demás opciones con volúmenes resbaladizos o cintas delimitadoras, está reduciendo drásticamente el paisaje de affordances. Está transformando la escalada, que es intrínsecamente una actividad de “búsqueda de caminos” (wayfinding), en una actividad de mera “navegación” (navigation). La diferencia es abismal: navegar es seguir una línea azul en el GPS del coche; buscar el camino es interpretar el terreno con un mapa y una brújula. Al eliminar la incertidumbre sobre “qué hacer” para que el escalador solo tenga que preocuparse de “cómo ejecutarlo”, estamos atrofiando la capacidad de lectura y resolución de problemas, habilidades que son, irónicamente, las que diferencian al escalador experto del novato fuerte.

Esta tendencia hacia la “escalada de autor”, donde el equipador impone su morfología y su estilo al usuario, choca frontalmente con un principio biológico clave, el de la degeneración (degeneracy). En biología teórica, la degeneración se refiere a la capacidad de elementos estructuralmente diferentes para realizar la misma función o producir el mismo resultado. Es la base de la adaptabilidad y la robustez de los sistemas vivos. Un sistema degenerado es flexible; si una vía falla, encuentra otra. Trasladado a la vertical, un problema de escalada bien diseñado debería permitir múltiples soluciones biomecánicas (betas) para adaptarse a la inmensa variabilidad humana. Un escalador de 1,90 metros y una escaladora de 1,55 metros no deberían moverse igual.

Sin embargo, la “dictadura de la cinta”a menudo castiga esta variabilidad. Al forzar movimientos obligatorios (pensemos en esos dynos de coordinación donde solo hay una zona de aterrizaje posible o esos bloqueos de hombro que exigen una envergadura mínima), el gimnasio deja de ser un laboratorio de exploración motriz para convertirse en un filtro morfologico. El mensaje implícito es: “Movete como yo, o cae”. Esto no solo es frustrante, sino que es pedagógicamente pobre. Según la Pedagogía No Lineal, el aprendizaje ocurre cuando el sistema se autoorganiza para encontrar su propia solución óptima dentro de las restricciones de la tarea. Si la solución viene impuesta desde fuera, eliminamos el proceso de búsqueda y, con él, el aprendizaje profundo.

Es fascinante observar cómo esta metodología de diseño afecta a la transferencia hacia la roca real. Vemos surgir una generación de escaladores increíblemente fuertes y capaces de realizar coordinaciones complejas en el plástico, pero que se quedan paralizados ante una pared de granito. ¿La razón? En el gimnasio han aprendido a reaccionar a estímulos explícitos (presas de colores brillantes que gritan “agárrame aquí”), pero no han entrenado la percepción de estímulos sutiles ni la toma de decisiones. Están esperando que la roca les diga qué hacer, pero la roca permanece en silencio. Han sido entrenados para resolver crucigramas donde las letras ya están puestas, y de repente se enfrentan a una hoja en blanco.

Si analizamos las competiciones modernas de alto nivel (IFSC), vemos que los equipadores buscan crear “puzles” complejos. Pero irónicamente, la preparación para estos puzles en los gimnasios comerciales a menudo se hace mediante la repetición de patrones cerrados. El problema es que, en una competición real (o en un proyecto límite), cuando la “Beta A” falla porque estás fatigado o nervioso, necesitas tener una “Beta B”, “C” y “D” en la recámara. Un escalador criado bajo la “dictadura de la cinta”, que nunca ha tenido permiso para explorar soluciones alternativas, entra en pánico cognitivo cuando el plan principal falla. Carece de flexibilidad comportamental.

Por supuesto, no se trata de demonizar a los equipadores, cuya labor es titánica y fundamental para la industria. La estandarización y las “líneas claras” facilitan el flujo de usuarios en gimnasios abarrotados, hacen que el deporte sea más accesible para los principiantes (que se abruman ante demasiadas opciones) y permiten una estética vendible en Instagram. Pero debemos ser críticos con el coste oculto de este modelo. Al eliminar el “ruido” y la ambigüedad de los bloques, eliminamos la riqueza informativa que nutre al sistema nervioso.

Una posible solución, o al menos un antídoto necesario, es el resurgimiento de los Spray Walls o muros densos (plafones llenos de presas sin orden aparente). En estos muros, la “dictadura de la cinta” desaparece. El escalador define sus propios problemas. La densidad de presas reintroduce la necesidad de seleccionar: “puedo usar este pie, o este otro, o aquel más alto”. La atención vuelve a centrarse en la interacción entre el cuerpo y el muro, no en la interacción entre el cuerpo y la mente del equipador.

Además, los gimnasios comerciales podrían beneficiarse de un cambio de paradigma en el equipamiento: pasar del Setting Prescriptivo al Setting de Paisaje. En lugar de diseñar una secuencia paso a paso, el equipador podría diseñar “zonas de dificultad” o paisajes de movimiento que inviten a ciertos tipos de acciones sin forzarlas obligatoriamente. Permitir que existan “pies malos” intermedios, o presas que puedan usarse de múltiples formas, enriquece el entorno. Si un escalador encuentra una forma creativa de saltarse un paso difícil usando un talón ingenioso o una flexibilidad extrema, eso debería celebrarse como un triunfo de la autoorganización motriz, no lamentarse como un fallo en el diseño del bloque.

La creatividad motriz no surge en el vacío; surge de la interacción con restricciones (constraints). Pero hay una línea fina entre una restricción que guía el aprendizaje y una restricción que lo estrangula. La cinta adhesiva, o el código de colores estricto, cuando se usa dogmáticamente para prohibir la exploración (“ese pie es de la vía rosa, no lo pises”), actúa como una camisa de fuerza cognitiva.

En última instancia, escalar es resolver. Es un diálogo físico con la incertidumbre. Si eliminamos la incertidumbre, convertimos la escalada en una especie de gimnasia, una ejecución de patrones preestablecidos juzgados por su fidelidad a un modelo ideal. Para recuperar la esencia del aprendizaje motor, necesitamos entornos que permitan el error, la variabilidad y la sorpresa. Necesitamos dejar de obsesionarnos con si “hicimos la beta correcta” y empezar a preguntarnos si encontramos “nuestra solución”.

Referencias

  1. Bernstein, N. A. (1967). The co-ordination and regulation of movements. Pergamon Press.
  2. Chow, J. Y., et al. (2016). *Nonlinear Pedagogy in Skill Acquisition: An Introduction.*Routledge.
  3. Edelman, G. M., & Gally, J. A. (2001). Degeneracy and complexity in biological systems. Proceedings of the National Academy of Sciences, 98(24), 13763-13768.
  4. Gibson, J. J. (1979). The Ecological Approach to Visual Perception. Houghton Mifflin.
  5. Seifert, L., et al. (2017). Role of route setting on climbing fluidity and exploration. Human Movement Science.
  6. Woods, C. T., et al. (2020). Wayfinding: How ecological perspectives of navigating dynamic environments can enrich our understanding of the learner-environment relationship in sport. Sports Medicine – Open.