I. El relato de la roca
La tarde caía y la luz anaranjada del sol se filtraba entre los árboles. El grupo de amigos había caminado durante horas para llegar a un sector poco frecuentado. El bloque estaba allí, imponente y enigmático: un inicio con regletas pequeñas, un romo en mitad de la línea que no parecía servir para nada y una salida alta que imponía respeto. Había silencio, como si todos intuyeran que ese trozo de piedra iba a poner a prueba algo más que la fuerza.
Andrés fue el primero en acercarse. Profesor universitario, acostumbrado a los datos y a la sistematicidad, escaneó el bloque con la mirada de un investigador. Medía las distancias con las manos, se inclinaba hacia un lado y hacia el otro, trazaba posibles secuencias en el aire. Sofía, siempre vital y con un humor contagioso, soltó una carcajada: “Esto no tiene lógica, acá hay que inventar”. Nico, fiel a su estilo impulsivo, no quiso perder tiempo, se puso las zapatillas, frotó magnesio en sus manos y se lanzó sin pensar demasiado. Probó con un talón, con un invertido, con un dinamismo exagerado. Cayó varias veces, resopló, pero su sonrisa indicaba que el juego apenas comenzaba. Laura, en cambio, permanecía callada, observando la roca como si fuera un cuadro en un museo. No parecía interesada en resolver de inmediato, sino en entender qué pedía esa piedra, en escuchar su lenguaje secreto.
Los intentos se sucedían. Andrés repetía mentalmente fórmulas de equilibrio, Nico improvisaba sin descanso, Sofía alternaba entre bromas y pruebas, Laura apenas se movía, esperando un gesto revelador. El romo del medio era el misterio, nadie lograba hacerlo útil. Hasta que, entre la frustración y el cansancio, Andrés interrumpió el murmullo: “¿Y si ese romo no se agarra… sino que se empuja? ¿Y si la clave es girar el cuerpo y usarlo como apoyo, no como presa?”. La idea sonaba absurda. Empujar con un romo parecía más un chiste que una solución. Pero Sofía, curiosa, decidió probar. Colocó un pie alto, presionó con la palma abierta en vez de cerrar los dedos y, casi mágicamente, el cuerpo encontró un equilibrio que antes parecía imposible. Subió un par de movimientos más y gritó desde arriba: “¡Funciona!”.
El grupo estalló en risas y aplausos. Lo que minutos antes era un enigma se transformó en triunfo compartido. Ninguno había seguido un manual, ni aplicado una regla conocida, ni replicado un patrón. Lo que hizo posible resolver el bloque fue una hipótesis nueva, una conjetura que surgió de mirar de otro modo lo que todos habían visto igual.
Ese instante condensa lo que llamamos una abducción, el razonamiento que propone explicaciones plausibles frente a hechos sorprendentes. Charles Sanders Peirce, el filósofo y lógico estadounidense que introdujo el concepto en el siglo XIX, lo definió como la operación mediante la cual generamos la mejor hipótesis posible ante un fenómeno inesperado. No garantiza certeza, pero abre camino. Y lo que diferencia a algunos escaladores, y a ciertos científicos, artistas o entrenadores, es justamente esa capacidad de pensar abductivamente.
La escalada, por su propia naturaleza, es un terreno fértil para este tipo de pensamiento. Cada bloque desconocido es un misterio que obliga a arriesgar hipótesis, a probarlas con el cuerpo, a ajustar y a volver a intentar. Escalar es, en muchos sentidos, ejercitar la mente abductiva.
II. La mente abductiva: historia, teoría y práctica en la escalada
La tradición lógica nos enseñó a pensar en términos de deducción e inducción. La deducción aplica reglas generales a casos particulares y ofrece certeza: si todas las regletas cansan, entonces esta regleta cansará. La inducción, en cambio, generaliza a partir de múltiples observaciones: cada vez que entreno campus board mejoro, probablemente siempre sea así. Pero la abducción juega en otra liga. Frente a lo inesperado, propone conjeturas tentativas: este romo extraño quizás no se tira, se empuja. Es un razonamiento de invención, de creatividad, de riesgo.
Durante décadas, la abducción fue tratada como un razonamiento menor, a medio camino entre la imaginación y la lógica. Sin embargo, pensadores contemporáneos como Lorenzo Magnani la rescataron como núcleo de la cognición humana. Magnani, filósofo italiano de la Universidad de Pavía, ha mostrado que la abducción no es solo un mecanismo lógico, sino una dimensión eco-cognitiva, ocurre siempre en interacción con el entorno, las herramientas y el cuerpo. En sus libros desarrolla la idea de que pensar hipótesis no es un acto aislado de la mente, sino un proceso de interacción material y simbólica.
Un concepto clave de Magnani es la manipulative abduction. Muchas veces, las hipótesis surgen no de imaginar en abstracto, sino de manipular, de probar, de interactuar físicamente con el mundo. El científico que ensambla un experimento, el niño que explora con bloques, el escalador que tantea un agarre: todos producen conocimiento manipulando el entorno. Esta idea se refuerza con el concepto de “Krafting” que evoca lo artesanal, construir hipótesis con las manos, el cuerpo y la práctica, no solo con la mente.
En la escalada, esto se expresa con claridad. Un bloque que no se entiende mirándolo desde abajo, se comprende en el contacto, en la fricción de los dedos, en el equilibrio precario, en la prueba y el error. Cada intento es una hipótesis corporal. Escalar es fabricar conocimiento abductivamente: imaginar, actuar, ajustar.
Esto tiene implicancias directas en el rendimiento deportivo. En competiciones de boulder, los route setters diseñan problemas que obligan a salir de patrones predecibles. Allí no basta con fuerza ni con memoria de movimientos previos, se requiere una mente capaz de generar hipótesis nuevas. Los mejores escaladores no son solo los más fuertes, sino los más creativos. En la roca natural, la situación es aún más radical, no hay manual ni pista. Cada secuencia es inédita, cada agarre puede significar algo distinto. Quien cultiva una mente abductiva se adapta mejor, progresa más y sufre menos estancamientos.
El entrenamiento puede, y debe cultivar esta capacidad. Diseñar bloques sin beta fija, introducir variabilidad en ángulos y presas, fomentar que los escaladores verbalicen sus hipótesis, crear dinámicas grupales de intercambio de conjeturas, todo esto fortalece la flexibilidad abductiva. Se trata de entrenar la imaginación gestual. Y esa imaginación no es arbitraria: es siempre tentativa, plausible, en diálogo con el cuerpo y el entorno.
Incluso en la prevención y rehabilitación de lesiones, la mente abductiva resulta útil. Un entrenador que escucha a un alumno con dolor no debe apresurarse a un diagnóstico único. Pensar abductivamente significa abrir hipótesis, puede ser técnica, carga, recuperación, factores externos. Probar ajustes, observar resultados y reformular. Es un razonamiento más lento y abierto, pero más preciso y respetuoso de la complejidad del cuerpo humano.
En este sentido, la mente abductiva no solo es un recurso para resolver bloques, sino una disposición vital. Nos enseña a tolerar la incertidumbre, a arriesgar conjeturas, a ver en el error no un fracaso, sino información valiosa. Magnani insiste en que la ignorancia no es un déficit, sino un motor de creatividad: reconocer lo que no sabemos nos impulsa a generar nuevas hipótesis. La escalada, con su dosis constante de lo inesperado, nos entrena en ese arte de vivir con incertidumbre y convertirla en descubrimiento.
III. Conclusión: vivir abductivamente
El relato inicial del romo no es solo una anécdota de escalada. Es un espejo de cómo pensamos y aprendemos. Lo que parecía imposible se resolvió gracias a una hipótesis inesperada, nacida de la interacción entre el cuerpo y la roca. Esa chispa abductiva no pertenece solo al mundo del deporte: atraviesa la ciencia, el arte, la vida cotidiana.
Una mente abductiva es aquella que acepta la sorpresa, formula conjeturas, manipula el entorno para ponerlas a prueba y aprende del resultado. No busca certezas rápidas, sino explicaciones tentativas. No se paraliza ante lo desconocido, lo convierte en oportunidad. Magnani y quienes siguen su obra nos recuerdan que el conocimiento no está encerrado en la cabeza, sino tejido en la interacción con el mundo. Pensar es también hacer, manipular, experimentar.
En la escalada, esto se vive con intensidad, cada movimiento es una apuesta abductiva, cada error es parte del proceso, cada acierto es una confirmación siempre provisional. El rendimiento no depende solo de la fuerza ni de la técnica, sino de la creatividad con que enfrentamos lo inesperado. En última instancia, la roca nos enseña a pensar, nos obliga a arriesgar hipótesis, a fracasar con humor, a probar de nuevo, a descubrir que lo imposible muchas veces era solo una idea mal planteada.
Vivir abductivamente es vivir abiertos al misterio, al error, a la invención. Es aprender a fabricar conocimiento en diálogo con el mundo, con el cuerpo, con los otros. Es comprender que la inteligencia no está en aplicar fórmulas fijas, sino en atreverse a imaginar explicaciones nuevas. La escalada es solo un escenario privilegiado donde este arte se hace visible. Pero la lección trasciende: cultivar una mente abductiva es cultivar la capacidad de transformar lo inesperado en descubrimiento, la incertidumbre en motor, la ignorancia en creatividad. Y quizá, como en aquel bloque de Albarracín, la vida misma se resuelva mejor cuando aprendemos a empujar donde todos intentan tirar.

Referencias
Magnani, L. (2009). Abductive cognition: The epistemological and eco-cognitive dimensions of hypothetical reasoning. Springer.
Magnani, L. (2017). The abductive structure of scientific creativity: An essay on the ecology of cognition. Springer.
Magnani, L. (2022). Eco-cognitive computationalism: Cognitive domestication of ignorant entities. Springer.
Peirce, C. S. (1931–1958). Collected papers of Charles Sanders Peirce (C. Hartshorne, P. Weiss & A. W. Burks, Eds.). Harvard University Press.
Paavola, S., & Parkkinen, V. (2023). Krafting knowledge through manipulating the environment: A cognitive approach to understanding. En A. Piazza & L. Magnani (Eds.), Abductive minds: Essays in honor of Lorenzo Magnani (pp. 113–134). Springer.
Piazza, A., & Magnani, L. (Eds.). (2023). Handbook of abductive cognition. Springer.
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