En el ámbito del entrenamiento para la escalada, existe una máxima recurrente que, paradójicamente, encierra una complicación implícita: lo simple no es necesariamente fácil. A primera vista, la idea de reducir los estímulos, depurar los ejercicios al mínimo indispensable y ceñirse a lo esencial resulta atractiva: menos es más. Sin embargo, cuando nos adentramos en la práctica, descubrimos que esa sencillez deseada exige en realidad un grado de precisión, disciplina y autoobservación que no todos los escaladores están dispuestos (o preparados) a asumir.

El principio KISS , “Keep It Simple, Stupid”, promueve precisamente esa búsqueda de la forma más directa y eficiente para alcanzar un objetivo. En la teoría, el KISS nos libera del ruido innecesario, de la acumulación de variables que dispersan nuestra atención. En la escalada, aplicarlo implica centrar el entrenamiento en movimientos puros, en el gesto esencial de agarrar, tensar y desplazar el cuerpo entre dos puntos. Olvidar rutinas complejas o protocolos excesivos, y regresar a lo fundamental: mejorar la técnica de pies, la sensibilidad en dedos y la economía de movimiento.

No obstante, con frecuencia constatamos que quienes renuncian a lo superfluo se enfrentan a un reto aún mayor: sostener la disciplina de repetir una y otra vez un ejercicio que, por simple que sea, golpea directamente los límites de nuestra resistencia, de nuestra coordinación y de nuestra tolerancia al aburrimiento. Por ejemplo, un esquema de técnica de pies que consista simplemente en ascender cinco metros prestando atención a la posición de cada punta de los pies durante un minuto, puede resultar mucho más incómodo y exigente que una sesión variada de campus, boulder y resistencia. La aparente monotonía pone al descubierto debilidades que las rutinas complejas disfrazan con la distracción de la variedad.

Ese choque entre la aparente facilidad de los ejercicios minimalistas y su dificultad real radica en la exigencia de calidad absoluta. En una sesión simple, no hay espacio para el error: cada repetición debe ser impecable. Si un agarre no es pulcro, si la tensión escapó en un micromovimiento, la falla no se oculta entre decenas de ejercicios distintos, sino que brilla con toda su crudeza. La simplicidad, por lo tanto, nos obliga a confrontar directamente nuestras limitaciones, a aceptar que el progreso no proviene de la cantidad, sino de la profundidad de cada gesto.

Además, mantener la motivación ante lo simple requiere un tipo de resiliencia diferente. Cuando completamos circuitos variados y desafiantes, la recompensa llega con el cansancio dominado y la sensación de haber “hecho de todo”. En cambio, al ceñirnos a un único patrón de movimiento o a un solo tipo de ejercicio, hemos de confiar en la visión a largo plazo y en la convicción de que esos pequeños ajustes diarios, aparentemente insignificantes, se sumarán en fuerza, precisión y ahorro energético. Este proceso exige paciencia, constancia y, sobre todo, una mentalidad orientada al detalle y al autoanálisis.

Otro aspecto relevante es la gestión del “ruido” interno: nuestras dudas, las comparaciones con otros escaladores, la tentación de buscar atajos. El KISS nos invita a ignorar modas de entrenamiento, aparatos sofisticados o datos cuantitativos que resultan irrelevantes para nuestro nivel y objetivos. Sin embargo, desprenderse de esas distracciones mentales es tan complejo como renunciar a repeticiones en una ruta. Saber qué sí importa y qué no, discernir lo esencial de lo accesorio, exige autoconciencia, humildad y la capacidad de decir “no” a lo que, en apariencia, parece deseble.

En la práctica cotidiana, la aplicación rigurosa del KISS puede estructurarse en tres pilares: diagnóstico preciso, ejercicios esenciales y evaluación constante. Primero, identificar la debilidad más crítica, ya sea falta de fuerza de tracción, mala coordinación de hombros o técnica deficiente de pies, a través de un análisis honesto de los propios movimientos. Segundo, diseñar una rutina basada en uno o dos ejercicios clave que ataquen directamente esa carencia. Y tercero, valorar el progreso con métricas de calidad (por ejemplo, la fluidez de un paso o la economía de movimiento) más que con la mera acumulación de volumen de entrenamiento.

Lo que hace que lo simple no sea fácil es la necesidad de un compromiso inquebrantable con la excelencia en cada detalle. La sencillez es una elección valiente: implica renunciar a la ilusión de que cantidad equivale a calidad, y asumir la responsabilidad de cada gesto, por mínimo que sea. En la escalada, donde el éxito reside en la combinación de fuerza, técnica y mentalidad, abrazar el KISS significa aprender a escuchar el cuerpo, a percibir el más leve temblor de inestabilidad y a corregirlo con precisión quirúrgica.

Resumir el entrenamiento al gesto esencial es confrontar nuestra propia imperfección y decidir esforzarnos por superarla, una y otra vez, con la misma humildad con la que un escalador observa una vía desde abajo y reconoce que, por sencilla que parezca, cada presa y cada agarre encierra un desafío propio. Esa paradoja, la simpleza versus dificultad real, es la esencia del verdadero progreso: comprender que la base es un terreno de pruebas exigente donde se forjan las habilidades auténticas.